Viaje al origen
El centro primario de origen del cafeto o café es, según algunos, la provincia de Kaffa, en la república de Etiopía o Abisinia, en África oriental, frente al mar Rojo y el golfo de Adén. Según otros, el café procede de una región situada entre los puertos de Moka y Adén, en la vasta península de Arabia, en el Sudeste de Asia, extendida entre el mar Rojo, el océano Índico, el golfo Pérsico, Irak y Jordania.
El café proviene, pues, de África, para algunos; de Asia, para otros. Y aunque parezca insólito decirlo, proceden, en realidad, del mismo lugar, según la teoría de la tectónica de las placas, que tiene su origen en la teoría de la deriva continental formulada por Alfred Wegener en 1911. Basándose en la correspondencia casi perfecta entre las costas este y oeste del Atlántico, Wegener planteó que la tierra era, hace más de 200 millones de años, una gran y única masa terrestre (Pangea), rodeada de un inmenso océano (Panthalassa). Esta gran masa se fragmentó en bloques, que fueron separándose lentamente para formar los continentes, llenándose los espacios libres con aguas del océano.
La geografía parece confirmar esta hipótesis. La topografía de Yemen comprende una zona montañosa, representada principalmente por el macizo yemenita, seguida de una zona costera, arenosa y cálida, que bordea a Moka y Adén, y la zona del desierto de Rub'al - Kali, que se dirige a Omán. La topografía etíope, por su parte, va desde la depresión de Danokil, al este, hasta las elevadas regiones montañosas del oeste, donde sobresale el Ras Dashán, uno de los picos más altos del África, hasta la alta meseta del centro del país. En las zonas montañosas bajas, tanto de Yemen como de Etiopía, nació el cafeto, casi en cuna de oro, en un medio excepcional de clima fresco y lluvioso y de suelos fértiles, que contrasta radicalmente con la aridez típica de la región.
Los viajes del café
Desde esa pequeña área geográfica que interrelaciona Asia y África, con el mar Rojo de por medio, el café emprendió su largo peregrinaje, como fruto primero, y luego como planta, por los caminos del mundo.
Las caravanas llevaban el café hacia el Alto Egipto y Nubia, por una ruta, y a las ciudades más importantes de Arabia, por la otra. Así, el consumo del café se impuso en todas las ciudades del Islam: Sana, La Meca, Medina, Damasco, Bagdad, Teherán, Beirut, Alepo, Constantinopla, El Cairo, Argel, etc. En 1420 se bebía café en Adén, y luego en Siria y en Constantinopla, en 1550. A finales del siglo XVI ya tal hábito había arraigado en todo el mundo musulmán.
Las virtudes de la bebida fueron difundidas por los peregrinos musulmanes, pero no la planta, que se guardaba celosamente en su lugar de origen. Para mantener el control monopólico sobre su comercio, altamente rentable, los comerciantes árabes sólo vendían los granos verdes hervidos o tostados. Así evitaban la reproducción de la planta, impidiendo que los granos pudieran germinar y convertirse en plantas productivas de café fuera de Arabia. En esas condiciones, los venecianos fueron los primeros occidentales en importarlos en 1615, aunque algunos sitúan las primeras importaciones a finales del siglo XVI.
Así se mantuvo durante mucho tiempo el comercio cafetalero con Europa, especialmente con los mercaderes de Venecia, quienes distribuían el café en las farmacias existentes para expenderlo como medicamento.
El monopolio comercial cafetalero árabe se mantuvo hasta inicios del siglo XVII, cuando se rompió por la acción de algunos peregrinos musulmanes que contrabandearon los primeros granos fértiles hacia la India. Los holandeses, grandes comerciantes, ya se habían interesado en tan pingüe negocio, y llevaron el primer cargamento de café a los Países Bajos en 1637. Casi treinta años más tarde, ya el comercio del café funcionaba a gran escala en Europa. A fines del mismo siglo, hacia 1690 los holandeses (específicamente, un holandés de nombre Nicolás Witten) trasladaron algunos arbustos desde El Yemen hasta su colonia de Batavia (Djakarta, desde 1949), en Indonesia. Y de allí a sus otras colonias de las Indias orientales, para dar nacimiento a las primeras plantaciones de Java y Sumatra.
En poco tiempo, las dependencias holandesas se convirtieron en las mayores abastecedoras de café a Europa, gracias a la iniciativa de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, y Amsterdam pasó a ser el principal centro comercial para los intercambios de café en el mundo.
Posteriormente, los holandeses llevaron algunas plantas de café al Jardín Botánico de Leyden. Una de ellas le fue regalada al rey francés Louis XIV por el burgomaestre de Amsterdam, en 1714, en ocasión de la firma del Tratado de Utrecht, entre Francia, España, Inglaterra y Holanda, para poner fin a la guerra de Sucesión en España. La planta en cuestión fue sembrada en el Jardín des Plantes de París -creado en el siglo XVII con el nombre de Jardin du Roi-, y puesta bajo el cuidado del famoso naturalista Antoine de Jussieu (1668-1758).
La introducción del cafeto en América
El cafeto regalado a Francia daría mucho que hablar, pues tuvo una larga descendencia que dio origen a la mayoría de los cafetales del hemisferio occidental.
Varios esquejes de esa planta fueron llevados a la isla francesa de Martinica por el oficial de infantería Gabriel Mathieu de Clieu, en 1723, en un periplo singular lleno de avatares.
La travesía desde el puerto francés de Nantes hasta las Antillas fue larga y penosa, y casi fracasó por la acción de huracanes, ataques piráticos, un episodio de un espía holandés, y por una severa penuria de agua potable. En sus memorias, de Clieu contó su aventura: "Más fuerte que Tántalo, ahogo y reprimo mis deseos para poder esparcir cada día sobre la tierra que contiene mi tesoro una cucharada de agua, que, en unos instantes, a la temperatura que reina en estas latitudes, se había evaporado". Pero, al fin, logró su propósito, y la planta fructificó en suelo martiniqueño.
El valiente de Clieu prosigue su relato: "Al cabo de dieciocho meses o veinte meses, obtuve una cosecha muy abundante. Se repartieron las habas en conventos y entre diversos habitantes que conocían el precio del producto y presentían cuánto se podrían enriquecer. Se fue extendiendo de modo progresivo; continué repartiendo los frutos de las plantas jóvenes que crecían a la sombra del padre común. Guadalupe y Santo Domingo pronto se proveyeron abundantemente..." Los martiniqueños, cuyas plantaciones de cacao se habían reducido por la acción de los terremotos o de la abundante lluvia, se dedicaron con gran entusiasmo al cultivo del café. En tres años la isla se había cubierto, según de Clieu, de tantos millones de cafetos como árboles de cacao había antes. Y esa planta maravillosa llevada a América por de Clieu fue la madre de los cafetales de las Antillas, y también de Venezuela, Colombia y Brasil, y haciendo el viaje de vuelta por el Atlántico, procreó los cafetales de Costa de Marfil y Camerún.
Las plantas de café se propagaron por las islas del Caribe y otros lugares del continente, multiplicándose en Jamaica (1730), Santo Domingo (1731), Surinam, Cayena, Haití, Brasil (1727), México (1740) y América Central y del Sur.
La internacionalización del intercambio
Poco a poco el consumo de la bebida se fue difundiendo y popularizando, cobijada la afición por la fe islámica, en las continuas peregrinaciones, y marchando a la par de las expediciones y las invasiones árabes. Después serán los mercaderes árabes que, mediante acuerdos con comerciantes venecianos y franceses, lo embarcarán a Europa. Más tarde la ruta del Mediterráneo cae bajo el control de los holandeses, que abastecen la demanda desde las plantaciones de Java y Sumatra. Seguidamente el comercio se reparte en las rutas del Extremo Oriente entre holandeses, ingleses, españoles y portugueses, mientras que en las rutas de América dominan los franceses, ingleses y portugueses. Mucho más tarde, se desarrollan las rutas de África Oriental y Occidental, por donde circula el café producido en Etiopía, Kenia, Tanzania, Costa de Marfil, Camerún y Zaire.
El hábito del consumo del café llegó, así, a Venecia, en 1615; a París, en 1643; a Marsella, en 1644; a Londres, en 1650; a Viena, en 1683.
Y cambiaron los medios de transporte y se abreviaron las rutas. De los frágiles veleros del siglo XVIII se pasó a las potentes naves de motor, reduciéndose los tiempos de navegación y aumentando la confiabilidad de los traslados. La apertura del canal de Suez, en 1869, redujo los costos y la duración de los viajes, evitando la vuelta de África a los navíos que seguían las rutas del Oriente y de África Oriental. Y se modificó también el embalaje del producto: de los sacos de yute o de sisal se pasó a los contenedores ventilados, que llevan el café verde a granel, facilitando y automatizando las operaciones de carga y descarga.
Café y política: de los kahveh khaneh a los modernos cafés
En el siglo XVI el hábito del consumo de café estaba extendido en todo el imperio turco. En Constantinopla, y también en Medina, La Meca, El Cairo, Damasco, Alepo, Bagdad, y en todas las capitales del islam, se abrían establecimientos públicos para la venta de la aromática bebida. Los primeros se abrieron en El Cairo, que contó con ellos en el siglo XV. Después vendrán los de Constantinopla, la antigua Bizancio, que pasó a manos de los turcos de Mahomet II en 1453, dando comienzo a la Edad Moderna. Al transformarse en Estambul, cambiaron muchos usos sociales, surgiendo las cafeterías o kahveh khaneh. Las dos primeras se abrieron en 1554. Allí se reunían los poetas, los cadis y los altos dignatarios del Imperio Turco. Se bebía café, se oía música, se hacían juegos de azar y se hablaba de todo, especialmente de política.
Francisco Albornoz
Electrónica del Estado Sólido.
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